Ciencia para impacientes

lunes, enero 19, 2009

El gran cazador

Hubo un tiempo en el que Australia estuvo poblada por una extraordinaria variedad de animales gigantescos. Se han encontrado fósiles de aves no voladoras de 100 Kilogramos de peso, lagartos de 7 metros de longitud, mamíferos excepcionalmente grandes con cierto parecido a los actuales rinocerontes y leones y hasta una tortuga cornuda que alcanzaba el tamaño de un automóvil pequeño. Todas estas especies desaparecieron para siempre hace algo más de 40.000 años.

Otra isla de gran extensión, Madagascar, es considerada en la actualidad un paraíso natural con una fauna única en el mundo. Sin embargo, esta singular riqueza no es más que una pálida sombra de lo que existió no hace tanto. Hipopótamos pigmeos, lémures gigantes y hasta media docena de especies del pájaro elefante, aves de tres metros de altura y media tonelada de peso que ponían huevos del tamaño de un balón de fútbol, habitaron sus bosques y praderas hasta hace mil años.

¿Por qué desaparecieron estos colosales animales? Probablemente jamás sepamos la respuesta con certeza pero, desde luego, existe un sospechoso claro: las extinciones en masa se dieron pocos siglos después de que el ser humano colonizase las islas. Y lo mismo ocurrió en América, donde el 80% de los grandes mamíferos habían desaparecido un milenio después de la llegada del hombre al continente, e incluso en Europa central, donde mamuts y rinocerontes lanudos fueron abundantes durante la última Edad de Hielo.

A pesar de estas pruebas circunstanciales, podríamos pensar que las evidencias que acusan al ser humano no son concluyentes; en el Sudeste Asiático y África siguen existiendo elefantes, rinocerontes y leones, todos animales de gran tamaño que conviven con el hombre. Sin embargo, esta aparente coartada tiene explicación. Estos animales coevolucionaron durante cientos de miles de años junto con nuestros ancestros, los primeros especímenes del genero Homo, y tuvieron tiempo suficiente de aprender a temerlos y evitarlos. Pero los animales que se enfrentaron por primera vez a un Homo con sus facultades cazadoras plenamente desarrolladas, el Homo sapiens moderno, no tuvieron tiempo para adaptarse y fueron aniquilados sin remedio. Y así fue como Australia se quedó sin una sola especie animal más grande que el hombre hasta la llegada del caballo y la vaca.

Los tiempos han cambiado y la evolución cultural que ha experimentado el ser humano desde su aparición en escena le ha llevado a sustituir la recolección y la caza por la agricultura y la ganadería. Eso no quita que la flora y la fauna del planeta estén más amenazadas que nunca, pero sus mayores problemas hoy en día provienen de la pérdida de hábitats, el cambio climático y la contaminación. Al menos a lo que en tierra firme se refiere; sigue habiendo un medio que el ser humano explota valiéndose de sus dotes como cazador: el océano.

Los océanos son el hogar de cuatro quintas partes de la vida que alberga el planeta. No es de extrañar por tanto que, desde tiempos inmemoriales, el hombre haya explotado este recurso, que siempre creyó inacabable. Sin embargo, la enorme demanda existente y el uso de barcos capaces de seguir los bancos de peces con las más altas tecnologías y almacenar en sus bodegas decenas de miles de toneladas han demostrado lo confundidos que estábamos. Nuestros mares se están convirtiendo en desiertos submarinos: en el último siglo la sobreexplotación pesquera ha reducido el volumen de peces de los océanos en un 90%. Y es que cada año se extraen cerca de 130 millones de toneladas de pescado, de las que casi una cuarta parte se vuelve a arrojar al agua nada más realizada la captura. O sea, 30 millones de toneladas de peces muertos que son desechados cada año en los propios barcos por culpa de unas técnicas de pesca no suficientemente selectivas.

Y como la historia del ser humano nos enseña, las primeras especies en caer son las de gran tamaño. Más del 90% de las pesquerías de los grandes predadores pelágicos están prácticamente agotadas. La población del famoso bacalao del Atlántico Norte colapsó en los años setenta y no ha vuelto a recuperarse y algo parecido puede decirse del pez espada y el atún rojo. La situación de este último es tan dramática que la organización ecologista WWF-Adena ha pedido suspender su consumo mientras siga en grave amenaza, un boicot al que se han sumado miles de ciudadanos en todo el mundo y decenas de empresas, entre las que figuran las cadenas de supermercado Auchan y Carrefour.

El atún rojo es un gigante oceánico que puede llegar a pesar 600 kilogramos, más que un caballo, y habita en mar abierto, donde es un depredador feroz gracias a su velocidad de nado y su capacidad de aceleración, mayor que la de un Porsche. Una de sus principales zonas de desove es el Mar Mediterráneo, donde, desde tiempos prerrománicos, se han aprovechado los viajes migratorios de los individuos adultos para pescarlos mediante el arte de la almadraba. Y este mar sigue siendo su principal área de captura pero las técnicas han cambiado y hoy se usan redes de cerco que atrapan bancos enteros de ejemplares jóvenes que luego son engordados en granjas. Y, obviamente, estos ejemplares nunca tienen la oportunidad de reproducirse para mantener la buena salud de la especie. Si sumamos a esto una explotación que sobrepasa en mucho lo que la población de atún rojo puede soportar, tenemos una especie al borde del colapso. De hecho, las pocas almadrabas que quedan han visto como su rendimiento ha descendido a la cuarta parte en los últimos años.Aunque científicos y ecologistas llevan años pidiendo la reducción de las cuotas de captura de atún rojo para que su explotación sea sostenible, las medidas políticas tomadas hasta ahora han sido insuficientes y no han frenado su pesca implacable. El tiempo pasa y enseña pero parece que el gran cazador aún no ha comprendido que las presas no son inagotables.


David Sucunza Sáenz

Categoría: Ciencia, Historia, Biología, Ecología