El siguiente ensayo fue galardonado con el Segundo Premio de 1000 euros del V Certamen 'Teresa Pinillos' de Ensayos de Divulgación Científica y Humanística Ensaya'10, que organizan la Universidad de La Rioja y Nexociencia.
La historia perdida de los planetas
Los geólogos somos contadores de historias y nuestro trabajo consiste básicamente en remontar el tiempo. Igual que un historiador escudriña documentos en archivos y bibliotecas, los geólogos leemos las rocas y paisajes como si fueran libros. Unos y otros contamos crónicas imperfectas, los primeros porque la historia del hombre y la cultura es rica en matices y detalles difíciles de conocer, y los segundos porque la historia de la Tierra es como un viejo libro del que sólo conservamos unas cuantas páginas sueltas. Pero, ¿por qué la información geológica es tan escasa y fragmentaria? Porque vivimos en un planeta dinámico donde la acción continua de los volcanes, el agua y el viento borran con facilidad las huellas del pasado.
La idea de Geikie sería retomada ochenta años después por el químico estadounidense Harold Urey. Hombre influyente y de mente inquieta, Urey se ocupó de problemas tan dispares como el estudio de isótopos radiactivos (por lo que fue merecedor del premio Nobel de Química en 1931), el origen de la vida, la composición de la atmósfera de Venus y la naturaleza de los cometas, entre otros temas. En 1959 recibió el difícil encargo de redactar un informe para la recién nacida NASA donde debía establecer un objetivo científico y tecnológico que permitiera a los Estados Unidos competir contra la Unión Soviética en la carrera espacial. Viendo que el camino hacia el espacio próximo se despejaba, no dejó pasar la oportunidad y comenzó aquel encargo con la siguiente frase: La Luna es el único cuerpo grande accesible cuya superficie nos hace regresar a los comienzos del Sistema Solar. O dicho de otra forma, nuestro satélite natural es un mundo fósil en cuya superficie se conservan las páginas perdidas que le faltan al libro de la historia de la Tierra, y para comprobarlo sólo necesitamos unos simples prismáticos o un pequeño telescopio con el que poder observar desde la comodidad de nuestra casa montañas, valles y cráteres de miles de millones de años de antigüedad. Con este informe, germen del Proyecto Apolo, daba sus primeros pasos una nueva disciplina científica que entonces se bautizó con el exótico nombre de Astrogeología.