[Emitido en el espacio "Divulgación Científica" de RNE 5 Todo Noticias - La Rioja]
En el siglo XVIII, surgió una teoría para explicar los procesos de combustión, la denominada Teoría del Flogisto. Semejante al fuego de los cuatro elementos aristotélicos, el flogisto era un misterioso fluído energético, que se desprendía de los cuerpos al arder.
Algunos años antes de la Revolución Francesa, Antoine-Laurent de Lavoisier realizó ciertos experimentos -revolucionarios entonces- sobre la combustión y la oxidación. Empleó un instrumento desconocido en los laboratorios cuasi-alquimistas propios de la época: la balanza. Cuidadosamente, Lavoisier midió la masa antes y después de la combustión, sin olvidarse de los gases emitidos, que recogía y pesaba también. Su objetivo: pesar y medir el flogisto formado. Y el resultado: obstinadamente, el flogisto tenía una masa negativa.
No podía ser de otro modo: al quemarse, los cuerpos ganan masa, combinándose con algún elemento procedente de la atmósfera. “El oxígeno”, concluyó finalmente Lavoisier. La Teoría del Flogisto volvió a la nada, de donde había salido.
Sin embargo, es probable que Lavoisier no hubiera realizado sus experimentos sin tener una teoría que verificar, y finalmente contradecir. Alguien podría concluir, que las teorías científicas son siempre útiles, incluso cuando son falsas.
Alberto Soldevilla
Categoría: Química, Historia